James Rhodes
James Rhodes a l@s alicantin@s les da tos. Era empezar cada pieza y de repente un coro de toses inundaban el auditorio. La azafata sentía envidia y paseaba de lado a lado resonando los tacones sobre el suelo de madera que crujía un poco. Y la gente entraba a su gusto a lo largo de todo el concierto. Desde luego hay cosas de los españoles que nunca entenderé.
Contratiempos
aparte…
Rhodes ha entrado en
el escenario y ya me tenía en el bolsillo. Con ese pelo frito y su
aspecto desaliñado hace que te relajes, que te sientas como en casa.
Habría querido
tener alguna poción para dormir a todos, como en los pokemon de la
consola de mi hermano. Pero he pensado que entonces igual
sustituíamos toses por ronquidos (mala idea)
De tener un
superpoder… mejor poder congelarlos, dejarlos a todos en stand-by.
Y bajar volando, con
los brazos bien abiertos, al escenario. Tener a Rhodes sólo para mí.
Tumbarme y mirarlo de cerca, tan de cerca que pudiera verle los pelos
de la nariz.
Poder campar a mis
anchas por el escenario de parqué.
Rhodes ha dominado
mi cuerpo durante 90 minutos. Me ha vuelto la columna vertebral de
goma; las venas, ríos efervescentes y la piel, un campo de
peta-zetas.
Cuando ha tocado la
Chacona, un cañón de luz ha salido de repente de mi pecho directo a
su espalda. Lleno de calor. Lleno de fuerza. Lleno de agradecimiento.
Hemos aplaudido
fuerte, aunque yo le habría dejado oler mi pelo.
(Si no lo entendéis,
es que nunca habéis olido mi pelo)
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