Y una aprende que querer a veces no basta, que la magia no existe fuera de cabezas con complejo de peter pan... que esperar que salga el sol no siempre funciona y que el mundo tiene algo de razón con eso de que segundas partes nunca fueron buenas. Y una echa de menos lo que hubo y lo que no hubo, incluso lo que antes no le habría gustado que fuera, porque la mente se convierte en un experto maestro de esgrima con una catana en la muñeca. Y una deja de buscar como hiciera antaño algún mensaje, alguna pista, algún bote salvavidas... porque una ha decidido auto-salvarse, porque no es lo más bonito, pero es lo más razonable y lo más sano, y sobre todo, lo más rápido. Y una acaba odiando los cuentos infantiles, los finales felices, las heladerías y hasta las esquinas desconchadas de la fachada de al lado de casa. Y los días se vuelven algo más asfixiantes, más rancios... y una rompe fotos y borra discos duros (o blandos, poco importa)... Y una sale a correr con los ojos cerrados. (igual es...